“Cuando
yo te educo, tú me reeducas” es la frase con valor número 37 de cuantas voy
poniendo día a día en las redes sociales (en este mismo blog y en mis cuentas
de Twitter y Facebook). Son frases en las que creo profundamente y no sólo de
cara a la galería. Paseando por Twitter (del que aún tengo mucho que aprender),
descubrí ayer la cuenta de Francisco
Javier Fernández, un inspector de educación de Andalucía que, en su perfil,
afirma algo parecido, pero de un modo aún más contundente: “El día que no
aprendas de tus alumnos, abandona esta profesión”. La frase me pareció preciosa
y en sintonía con cuanto pienso, pero me obligó a preguntarme qué he aprendido
de verdad de mis alumnos, para asegurarme de que no es tan sólo una frase
políticamente correcta y bonita de repetir.
Puedo
asegurar que, en estos 25 años como profesor, he aprendido mucho de mis
alumnos, mi profesión me ha hecho crecer como persona, estar al día y, tal vez,
hasta mantenerme joven. Mis alumnos han ayudado a aumentar mi competencia
digital. Baste citar, por ejemplo, que fue un alumno mío (se llamaba Marc S.)
quien me enseñó a utilizar el bluetooth por primera vez (fue para pasarme un
sonido que ellos oían y yo no, cosas de la edad, y que les hacía partirse de
risa mientras yo intentaba explicar Filosofía). O fue otro alumno (Ricart R.) quien
me descubrió y me enseñó a utilizar el Fotolog, lo que en su momento (sin
Twitter y sin Facebook) era lo más.
Mis
alumnos han hecho crecer, también, mi competencia comunicativa, pues he tenido
que adaptarme, una y otra vez, al alumno que tenía delante, para hacerle
comprender el temario que yo debía transmitirle.
Mis
alumnos han hecho crecer (y mucho) mis competencias personales e
interpersonales, pues tímido como soy, he tenido que relacionarme con ellos, en
grupo e individualmente, y hacerme cercano sin dejar de ser adulto y referente.
Siempre me han acogido bien y siempre, mediante el diálogo, hemos sabido
superar pequeños desencuentros, inevitables, creo, en la tarea de educar, así
como en la de enseñar y evaluar. Por eso, poco a poco, he ido comprendiendo que
no les enseño, sino que aprendemos juntos.
Incluso
debo a mis alumnos mi pequeño dominio de la lengua catalana, pues fue ante
ellos que me atreví a usarla en público y sus bromas ante mi pronunciación fueron
acertadas correcciones. (Cómo olvidar que, durante todo un curso, me llamaran
el “coñón”, porque yo había pronunciado a la francesa: “Digueu-me el vostre nom
i ‘coñom’, en vez del correcto: ‘cognom’).
En
definitiva, y como ya he dicho al inicio, mis alumnos de estos 25 años me han
hecho ser quien soy. Tengo para mí que yo sería menos tolerante si no me
hubiera dedicado a la educación, que me ha obligado a adaptarme a diferentes
realidades colectivas (diferentes generaciones) y diferentes realidades
individuales (cada alumno es diferente). Esta continua necesidad de adaptación ha
hecho de mí un hombre que escucha, acompaña y crece disfrutando con esta tarea.
Todo eso (y aun más) se lo debo a mis alumnos.
GRACIAS
A TODOS Y A CADA UNO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario