miércoles, 20 de mayo de 2015

CARTA ABIERTA A SOR LUCÍA CARAM

Hermana:

Quisiera comenzar aclarándole, en primer lugar, que no la conozco personalmente y que todo cuanto he sabido de usted ha sido a través de los medios de comunicación y de las redes sociales. También le aclararé que me considero católico, pero, aunque voy a criticarla, no pertenezco a ningún grupo ultraconservador y me siento muy a gusto con el aire que el papa Francisco está dando a la Iglesia; soy de los que antepone el Evangelio al Derecho Canónico. Como usted, me preocupo por la justicia social y procuro, en la medida de mis posibilidades, colaborar con entidades y acciones solidarias. Por eso, reconozco todo su esfuerzo por luchar contra la pobreza, un esfuerzo que no se ha contentado con la denuncia verbal, sino que se ha traducido en acciones solidarias concretas que tienen mi reconocimiento y, lo que es más importante, el de muchas personas.

Sin embargo, hay algunas de sus acciones que no entiendo y, si me permite decírselo, que no me parecen propias de una religiosa y, en especial, de una religiosa contemplativa, como es su caso. No sé si es a una “monja de clausura” a quien corresponde ocupar espacios televisivos de cocina o hacerse famosa por ser culé y twittear una y otra vez los partidos del Barça. Sinceramente, sin que ni una ni otra actividad me parezcan mal, no sé si son la misión de una religiosa contemplativa dentro de la Iglesia y de la sociedad.

Pero lo que me ha decidido a escribirle esta carta es el paso que usted ha dado hoy entrando en campaña electoral para apoyar a un partido concreto. Porque, diga lo que diga ahora, participar a cuatro días de unas elecciones en un acto con el líder de un partido y con su principal candidato, es entrar en campaña electoral, es hacerle el juego a ese partido. No pretenda hacerme creer que es usted tan tonta como para no haberse dado cuenta de ello. No me lo creo.

Me sorprende, además, el partido que usted ha apoyado, pues su furibundas críticas a la derecha política pueden hacer pensar a alguien que, si apoya a Convergència i Unió, es que no se trata de una coalición de derechas. Lo es, por más diferencias que usted quiera establecer con el Partido Popular. Es verdad que éste es españolista y aquélla catalanista (por simplificar la cuestión), pero sus recetas económicas (que es lo que importa en el combate contra la pobreza) son muy similares. Las “retallades” del Govern de su admirado Mas no tienen nada que envidiar a los recortes del Gobierno de Rajoy. Pregunte, si no, en cualquiera de los hospitales públicos de Cataluña. Y, en cuanto a la corrupción, ¡qué vamos a decir! No entraremos en detalles: todo el mundo conoce el momento que está atravesando el señor Pujol, que durante décadas fue el alma de Convergència. O baste recordar que su admirado Mas, del que ha dicho estar enamorada (ya entiendo que como una boutade más) figuraba como beneficiario de fondos evadidos en el extranjero (según noticia publicada por El Mundo en 2010).

Me cuesta, por tanto, aceptar la opción concreta que ha hecho por un determinado partido. Pero no la critico por ello, sino por el mero hecho de tomar partido. Es decir, la criticaría igualmente si hubiera optado por apoyar públicamente a otro partido. Creo que son otros los cristianos que deben dedicarse a ello, no alguien que ha hecho opción por la vida contemplativa.

Además, y esto es lo que me duele especialmente, con su gesto de hoy ha quebrantado usted (igual que hiciera Teresa Forcades) una costumbre que la Iglesia española se impuso a sí misma desde la misma transición: no dar su apoyo, no pedir el voto para ningún partido concreto. Creo que ésta es una de las cosas que nuestra jerarquía ha hecho medianamente bien en las últimas décadas. No se puede olvidar de dónde veníamos (la guerra civil y el franquismo) y está bien que la jerarquía eclesial aprenda de sus propios errores. Me dirá que usted no forma parte de la jerarquía de la Iglesia, lo que es cierto sensu stricto; pero no ignora que su condición y su hábito hacen que muchas personas la consideren una representante destacada de la Iglesia. Me duele, pues, que no haya respetado nuestra propia historia reciente y las decisiones que la Conferencia Episcopal española tomó en su día y ha mantenido.

Sé que no es usted el único caso de religiosa contemplativa entregada a la lucha electoral, a otro me he referido unas líneas arriba. ¿Por qué, entonces, le escribo a usted? Porque he admirado su labor social y la he seguido en twitter. Sin embargo, empezó a chirriarme el modo en que usted hablaba de algunas personas (porque, no lo olvide, los políticos son personas, hijos de Dios, como usted y como yo). Puedo entender la crítica dura si aporta algo; pero, ¿qué aporta, por ejemplo, afirmar que “Cristina Kirchner es una desequilibrada”? (Un tweet suyo del 31 de diciembre pasado). ¿No puede usted criticar las acciones (las políticas) intentando salvar a las personas, tal como hacía el Maestro?  El día que supe que había aparecido usted en el programa televisivo Sálvame empecé a creer que estaba sobrepasando los límites. Ya entonces le pregunté en un tweet si el fin justificaba los medios. No me respondió, claro. Lo comprendo; recibe usted tantos mensajes… Espero que sepa recibir mi carta desde el respeto desde el cual se la dirijo. No se preocupe, no espero respuesta. Hoy, antes de dejar de seguirla en Twitter, tan sólo le he twitteado: Adéu.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Como ha podido jubilarse Rouco Varela?

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